miércoles, 20 de diciembre de 2017

EL TREN DE LOS CUARENTA DÍAS






Vía verde, el tren de los Cuarenta Días o Vía Negrín.

Hoy, hace un día tan bueno como cualquiera para recorrer esta vía llena de historia y que pilla tan cerca.
Llego a Carabaña en esta mañana invernal donde las plantas amanecen escarchadas, como para navidad, y después de tomar café en la plaza del pueblo que está subida en un alto, me acerco a esta vía verde que tiene tan buena pinta. En realidad se trata de un ramal de la gran vía verde que une Arganda con Ambite y que recorre todo el valle del Tajuña.
La llaman la vía de los cuarenta días o vía Negrín y tiene su porqué.
resulta que en 1938, en plena guerra Civil el ejército republicano ve como sus vías férreas son cortadas por el ejército franquista. Entonces, el presidente del gobierno, Juan Negrín decidió construir esta vía férrea que le conectara con levante. Se dieron de plazo 40 días, emplearon soldados prisioneros del bando sublevado y un batallón de fortificaciones, en total 10.000 hombres. Bueno, al final necesitaron 100 días. Pero no estuvo mal. En realidad esta vía férrea solo duró un año, porque la guerra terminó y ya nunca volvió a usarse.
Bueno, ahora la usan los ciclistas para darse una vuelta, francamente agradable.

El camino transcurre en algunos tramos por la trinchera del ferrocarril. En otros tramos va junto a los olivares y con la compañía de los conejos que campan a sus anchas por todo el recorrido.
El día no es frío , para ser diciembre y la marcha se hace agradable al ir protegida por el talud de la antigua vía férrea.
No me encontré ni un alma por el camino, salvo  los gazapos que salían corriendo a mi paso.




El paisaje algo desolado y machadiano lucía hoy una luz espectacular y unos cielos realmente bellos.
En algo más de quince kilómetros se llega a  Estremera. Espero que nadie de allí lea estas líneas porque he de decir que es difícil encontrar otro poblachón tan feo y desprovisto de encanto como Estremera. Tan solo una plaza engalanada con banderas, como si fuera la fiesta nacional llamaba la atención del viajero. Se me ocurre que el alcalde podría gastarse el dinero de los presupuestos municipales en embellecer la villa  en lugar de gastárselo en tal profusión de enseñas patrias.
La iglesia, no obstante me sirvió para tomar al menos una instantánea con cierto pintoresquismo.
Tomándome, eso sí, un buen café junto a la gasolinera me despedí discretamente de esta población que ciertamente no tiene muchas razones para visitar, si no es por el paseo.
Con ello se viene a demostrar que lo importante en la vida no está en el final sino en el propio camino, sentencia no por muy dicha, no menos cierta.


De esta manera tan sencilla recorremos  dos de los valles fluviales más extensos de Madrid: el valle del Tajo y su hermano pequeño el Tajuña. Páramos de yesos y espartales que no podrán competir con otros de mayor belleza como el  Lozoya o el Guadarrama pero que nos introducen en la meseta profunda a unos cincuenta kilómetros de Madrid.

El paseo ciclista es apto para todas las edades, con algún repechón que ,tomándose con calma, cualquiera puede subir y si no...pues se baja uno, que no es motivo de vergüenza. Se hace una foto, se toma un poco de agua o unos frutos secos y se mira el volar de los cuervos.

En un par de horas se vuelve uno al punto de origen, tardando algo menos a la vuelta ya que las dos terceras partes ya son de bajada, lo que es de agradecer.
Así que, amigos y amigas, animaros que os va a gustar. 



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