domingo, 16 de agosto de 2015

PELOTAS

PELOTAS. La vida es una pelota que viene y luego se va. Esto parecería la letra de una tonta canción, pero es que si bien nos fijamos,la vida es así: tan inestable, tan pasajera, tan imprevisible como una pelota. Será por eso que siempre ha sido el mejor juguete de los niños. De hecho si uno se pone a recordar su niñez, siempre ha estado unida a una pelota. Un objeto esférico que simboliza, quién sabe, también el mundo, esos mundos planetarios que juegan al billar en el espacio desde hace millones de años. Mi primera pelota debió ser de esas rellenas de trapo con un goma atada a la muñeca que se vendían en los puestos de pipas. Después recuerdo una de goma con dibujos de estrellas verdes y lagartos azules que al botar hacía un boing largo y misterioso. Era pelota de botar contra la pared, de saltarla y dar palmadas. También había aquellas pelotas verdes pequeñas y duras que regalaban con un par de zapatos Gorila .Pelotas para dar y eliminar, gran peligro de ventanas y cristales. Luego tuvo que venir , el día de reyes, el primer balón de reglamento, tan inflado, tan duro que sonaba a madera contra el piso. Brillante el primer día luego , en el campo de barro lleno de charcos, las mil patadas lo iban despellejando hasta que acababa enseñando los intestinos por entre las costuras. Aquel pobre balón terminó reventado por un camión cuando se escapó a la carretera. Aquella explosión sorda nos dejó mudos comprendiendo por primera vez la contingencia de las cosas pequeñas, preludio del resto de contingencias de nuestra vida. Vinieron un poco después las pelotas del futbolín,duras, como de serrín prensado, que sonaban rotundas y huecas al marcar un gol decisivo. Tan diferentes de la pelota-cáscara de huevo del ping- pong con su sonido click –clock, su ingravidez de pelota-ave. Muy distinta de la suavidad de marfil de las bolas de billar, rodando por el terciopelo de verde tapiz, tan blancas, con su elegante lunar negro golpeando a la sufrida bola roja que no hacía otra cosa que aguantar los golpes, metáfora de tantos seres sufridores y golpeados. ¿Y aquella pelota de Nivea de los veranos? Ligera, casi aérea, llevada por el viento. Una tarde, en la playa vimos como una de ellas decidió adentrarse en el mar. Alguien intentó recuperarla, pero ayudada por la brisa brincó por las olas ,aguas adentro , convirtiéndose en otro sueño inalcanzable, en la señal inequívoca de lo efímeros que son siempre los veranos. Mucho más tarde vimos algunos volar otras pelotas de goma menos agradables. Lanzadas como cohetes por personajes siniestros que no servían para jugar sino para generar miedo, para sembrar el desconcierto de masas de personas ya de por sí desconcertadas. Las pelotas, la vida iba esta vez en serio. Debe ser que la pelota es la auténtica “rolling stone”, ese objeto volante indomesticable, rebelde que nos atrae pero que se nos escapa siempre de las manos. ¿No estarían jugando con pelotas los Galileos,los Copérnicos estudiando órbitas planetarias,en ese billar cósmico, oscuro y sugerente? ¿No es por eso el fúbol y otros deportes peloteros esa pasión que provoca la pelota con su juego de incertidumbres a la masa rugiente de un estadio? Pero es esa pelota también, no lo olvidemos, ese objeto mágico para compartir, para ser robado, pasado, escondido, para ser metido en un agujero, en una red o para convertirse en un tesoro que late entre las manos de un niño. Ese niño que no dejaremos de ser nosotros mientras nos queden ganas de perseguir por el aire una pelota. Felipe Gutiérrez. Agosto 2.015