jueves, 30 de octubre de 2014

VIEJOS OFICIOS.

LA CHURRERA. Cuando el cuchillo frío del Guadarrama llega a Madrid los tejados se ponen blancos de escarcha. Es el tiempo de los bares humeantes de café y churros. La gente camina con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos. Corren los años cincuenta. Dentro del bar la gente comenta de fútbol, de boxeo o de toros. De otra cosa no se puede. En la esquina de la calle Jorge Juan está como cada día la churrera con su delantalito blanco. Es una chica joven, se diría que una niña. Tiene los ojos vivos y una sonrisa grande como un invierno. Está de pie frente a un tablero .Sobre él un gran cesto de mimbre donde guarda los churros tapados por un paño blanco. Bajan las criadas a comprarle los churros que ella ensarta en un junco verde. Todas ellas son jóvenes y por eso hablan de sus novios y de sus cosas. La churrera lleva unos manguitos también blancos para no mancharse de grasa los puños. Canturrea con bonita voz una copla de Antonio Molina y los barrenderos la aplauden y le dicen ¡ole! Luego se queda hablando bajito con uno de ellos. Un chico larguirucho con bigotillo de galán. Pasan los coches. Se oye alguna bocina. En la esquina un ciego pregona ¡los iguales para hoy! La churrera vuelve a la carga:"¡qué el futuro es muy oscuro, que el futuro es muy oscuro ay..trabajando en el carbón! Luego, Carmina guarda su copla y recoge su puesto. Se va contenta haciendo sonar la calderilla del bolsillo de su delantal. Con su cesta al brazo, hacia la calle Alcalá. Hacia su barrio de las Ventas. El chico larguirucho es mi padre. Carmina es mi madre. La churrera más guapa de Madrid.

domingo, 26 de octubre de 2014

EL CASCARRABIAS

EL CASCARRABIAS. ¿Pero qué es realmente un Cascarrabias? Como todos los mamíferos macho que han sobrepasado la etapa reproductiva, el Cascarrabias tiende a la misantropía. Se aleja de la manada porque todo le molesta: los gritos estridentes de los cachorros, las críticas a su aspecto desaliñado por parte de algunas hembras .En definitiva tener que seguir la senda de los demás elefantes. A él nadie tiene que decirle por donde debe andar. Y es que el Cascarrabias no es que se crea en posesión de la verdad, es que él es la verdad. Cuando algún congénere más joven osa llevarle la contraria él le suelta aquello de…”cuando tú andabas aún en pañales yo ya leía a Kafka” Porque hay que decir que el Cascarrabias es un hombre de conocimientos enciclopédicos aunque, debido a su edad, le cueste recordar los títulos de libros y películas, las fechas de los cumpleaños y hasta el código de las tarjetas. El Cascarrabias tiene siempre una explicación global e irrefutable para explicar cualquier cuestión crucial de economía, política o el modo de hacer la paella. Cuando habla , sienta cátedra y aquellos que no coinciden con su modo de pensar es porque son estúpidos o están poseídos por la banalidad de los medios de comunicación. Cualquier causa perdida encontrará al Cascarrabias ahí, solo, defendiendo el fuerte con su bandera deshilachada haciendo frente a los vientos de la incomprensión, , y esperando oír una corneta que anuncie, por fin, la llegada de cualquier séptimo de caballería. Al Cascarrabias le importa un bledo lo que opinen los demás, aunque para sus adentros reconozca que no puede vivir sin el aliento, sin la aprobación, de aquellos a los que quiere o respeta . No por orgullo, no, es cuestión de principios. Este macho alfa cada vez es menos macho y menos alfa y arrastra su saco de contradicciones como un superviviente sacado de una novela de Jack London. Gruñe y arremete contra la fría tecnología o a favor de la esperanzadora tecnología, contra las viejas y mostrencas tradiciones o a favor de las bellas y queridas tradiciones, contra todo y contra lo contrario…Para eso es un cascarrabias ,¡pues claro! ¿Qué es un Cascarrabias? ¿Y tú me lo preguntas mientras clavo en tu pupila mi pupila azul? Cascarrabias soy yo, ¿Cascarrabias eres tú? Felipe. 27de Octubre.

domingo, 19 de octubre de 2014

ELOGIO DE LA SOLEDAD.

ELOGIO DE LA SOLEDAD. Mi libertad, tú que me has hecho amar hasta la soledad. George Moustaki
Voy a la sierra una vez al mes con un grupo de montaña. Comenzamos a ser compañeros de viaje y ahora ya somos un grupo de amigos. De esos que invitarías a una boda , si hubiera bodas que celebrar. La montaña ya casi es un pretexto para estar juntos, para hablar, para compartir una tortilla de patatas. Hay quien piensa que hablamos más que andamos. Y es un poco verdad. Cuando te ves como una fila de hormigas entre aquellas moles de piedra, sientes de algún modo el resguardo de la manada. Pues bien, este sábado salí solo. Hice un recorrido largo y hermoso por la Pedriza. Allí siempre me lleva la nostalgia. Con las botas de mi padre, una bolsa de deporte de Munich 72 y una guitarra trepaba yo con mis amigos por aquellos riscos. Sin planos ni puñetera idea, generalmente acabábamos en la pradera del Yelmo y metidos en algún vivac de roca terminábamos cantando canciones de Quilapayún.
Pero no quiero yo hoy hablar de bellas montañas sino de la soledad. No sé porqué se asocian siempre ambos sustantivos. Será porque con las nubes rozándote la cabeza y las moles graníticas en los pies, baja a visitarte esa dama tan inquietante como seductora que tiene bello nombre de mujer. Te deja que tú elijas el camino, lo que es tan placentero como perturbador. Pero la soledad es exigente ,te quiere para ella sola. A ella no le puedes mentir, con ella no puedes fingir. Ve todas tus debilidades, tus miedos e incertidumbres. En cada recodo del camino que haces solo eres tú quien decide, no tienes a quien echar la culpa del error. Si te equivocas has de desandar lo andado y volver a empezar. Finalmente, si consigues llegar a ese collado, a ese objetivo que te marcaste en la senda de tu vida, te sentirás satisfecho. Respirarás hondo y estarás preparado para otro reto.
el contrario si tu cobardía o tu prudencia te hizo renunciar a alcanzar ese objetivo la duda, pájaro negro de la conciencia, revoloteará siempre a tu lado para lamentar lo que pudo ser y no fue. Afortunadamente este sábado fui feliz en mi cita con la soledad. Creo que la conquisté, me sonrió y acabamos juntos y cómplices.
Hoy recordando esos momentos pienso que la soledad es deseable cuando ese que te acompaña cuando vas solo , no tiene nada que reprocharte. Cuando ese compañero invisible que eres tú mismo no te trae sus miedos en el peor momento, en el de la decisión. Cuando esa dama hermosa es compasiva y está dispuesta a marcharse sin pedírselo, por su propia voluntad. Esa soledad que disfruté junto a mis queridas piedras de la Pedriza es buena, muy buena sobre todo, cuando sabes que hay alguien que espera que vuelvas. Alguien que espera que le digas dónde estuviste hablando con la soledad. 19 de octubre. 2.014 Felipe.

martes, 14 de octubre de 2014

DIEZ ESCENAS AMABLES.

DIEZ ESCENAS AMABLES. Estos retratos los encontré de forma casual y fugaz. Unos paisajes cuyas figuras no posaban sino que pasaban ante mí sin detenerse, sin verme. Por eso algo tan sencillo me llevó mucho tiempo. Varios meses. Nada de lo que aquí escribiera tenía que ser inventado sino real. Como esas instantáneas que buscan afanosamente los reporteros gráficos. Cualquiera podría haberlos visto, no son extraordinarios. De ahí que fueran tan conmovedores para mí y decidí guardarlos en mi memoria.
UNA. Hay dos manos que se entrelazan. Una, la de mujer, tiene los dedos muy deformados, evidentes signos de artrosis. Su suave piel de pergamino deja transparentar venillas azules. La mano es de una anciana. La otra, la que la toma, es más joven. Fuerte. De un hombre maduro. Probablemente debe tratarse de su hijo. El sol entra a través de una cristalera. Es una tarde fría y hermosa de noviembre.
DOS. Lo que a primera vista podría pensarse que son dos granos de arroz hervido, en realidad son dos dientes incisivos de la mandíbula inferior. En efecto, se trata de la sonrisa de un bebé que estrena una nueva mañana y se alegra de ello.
TRES. Una mujer joven se recoge el pelo levantando para ello sus brazos. Echa para atrás la cabeza y la agita, como mueve el viento un campo de centeno. Consigue dominar el cabello que contiene por unas décimas de segundo un rayo de luz del mediodía y por fin, se construye una coleta que luego ondea por la avenida arriba, poderosa, al ritmo de sus pisadas, de su joven corazón ingobernable.
CUATRO. Sala de espera de un hospital de provincias. Cabezas vencidas por el sueño, manos mostrando preocupación… En el centro de la sala una joven familia gitana. Esperan a un familiar. El padre, un hombre joven, moreno con coleta negra y brillante besa sonoramente a su mujer, una chica también joven que amamanta a un bebé un poco llorica. Una chica, la hija mayor o quizá una tía, de no más de trece años chancletea mientras pasea a otro nene. Por donde pasa hace carantoñas a otros niños. Hay una corriente de afecto que salpica al resto de la gente de la sala, incluida una señora de unos cincuenta años, que hacía poco suspiraba y ahora sonríe abiertamente. El altavoz anuncia. .”Familiares de…..” El niño que está en un box, con cara de estar malito, medio sonríe al ver entrar a su padre. Luego juegan a hacer un lazo con el tubo transparente del suero. Una máquina hace bip bip…
CINCO. Una pareja bajo la sombra de un paseo. Él retiene el brazo de ella. No lo suelta, lo acaricia. Ella balbucea una frase y la vuelve a repetir. Él trata de descifrarla. La pareja ronda los setenta años. No más. El hombre viste una camisa de manga larga color crema que le da un aire distinguido. Su cabello blanco aún abundante y una sonrisa le hacen atractivo y agradable. -Me hablas de la camiseta blanca que te compré, María.- Traduce él. Ella vuelve a balbucear y él como respuesta vuelve a acariciar su brazo y asiente con la cabeza. Luego, después de un rato, la pareja sigue su paseo por la avenida protegida por la sombra de los olmos. El hombre empuja la silla de ruedas. La mujer cierra los ojos y respira el aire fresco de la mañana.
SEIS Un niño y una niña como de doce años. Por la naturalidad con que se cogen de los hombros tienen que ser hermanos. Llevan cogido de la correa a un perro de pelo claro y mirada apacible que camina delante de ellos con calma, mirando a los gorriones. La calle está poblada de sonidos familiares. Los niños ríen sonoramente y el perro ladra. También se ríe al parecer. Una bandada de palomas se asusta y huye con estrépito de alas. Parece que es domingo.
SIETE. Hoy también es domingo por la tarde. Un pueblo pequeño .Sol de verano. Una fuente con un grifo que gotea humedece un parque minúsculo. Una muchacha de unos quince años con el pelo largo está muy hermosa mientras llora. Lo hace en silencio y las lágrimas se le desbordan por las manos que intentan detener el llanto. A su lado está un chico de su misma edad, poco más o menos, sentado a su lado , la mira muy serio y le ofrece un helado de limón, como para consolarla. Hay dolor de primer amor en cómo se miran. Dolor de primer desamor al final de un verano entre la sombra de los árboles de este pequeño parque.
OCHO. Cuatro amigas comen hoy juntas al aire libre. Andan por los cincuenta. Comparten la ensalada de arroz, el gazpacho, la empanada y el sorbete de limón. Cada una trajo algo de casa pero dejó a la familia. Hoy toca mujeres solas. Beben refrescos quizá algo de vino o cerveza. El sol pica en la espalda. La piscina está azul y desierta a estas horas. Sus risas resuenan entre los pinos. El tiempo ha pasado por ellas, por sus cuerpos , como el río pasa por las piedras dejándolas más redondas y suaves. Sus carcajadas contagian a los gorriones. -¡Qué fresquito está el sorbete de champán! -¡De limón! -Eso, de limón. Dame un poco más. Luego se bañan y su piel y su pelo y sus ojos brillan como si fueran chiquillas. Y gritos. Y el agua fría. Y el tiempo sigue pasando...y bueno y qué….
NUEVE. Una mujer de edad incierta como el futuro, como la luz de la avenida , camina llevando de la mano a su hijo. Éste camina balanceándose de izquierda a derecha apoyando solo las puntillas de sus pies mientras gesticula con las manos que dobla con gran agilidad por las muñecas. Tendrá quizá quince o dieciséis años y unos movimientos que recuerdan a un pájaro. Me cruzo con su sonrisa amplia que deja ver sus dientes y su lengua. Yo también le sonrío y le saludo pero no me responde. Su mirada ya se ha ido hacia otra parte. Sólo mueve sus manos atrapando sombras en el aire. La madre lo atrae hacia sí y ensaya un saludo mitad hola mitad adiós. Sigo caminando. Los dejo atrás. Pienso en sus gestos incomprensibles y termino diciéndome que quizá no haya por qué comprenderlo todo. Tan solo aceptar que hay niños, que hay pájaros que no vuelan.
Y…DIEZ como un pequeño susto ha llegado de no sé dónde. Demasiado pronto para octubre. Aquí, en ese recodo de la avenida suelen estar ellos: un joven abuelo y su nieto. A veces también está la abuela. Aparcan su furgoneta y extienden una manta para que se siente el niño. Éste esparce sus juguetes. Muñequitos de plástico que se suben al bordillo, que se meten al alcorque y trepan por un árbol. Componen una escena apacible y cotidiana cada domingo. Yo me los encuentro y hago conjeturas sobre su presencia allí. Quizá vivan en una casa demasiado pequeña… ¿Y si este fuera el modo de resolver una visita semanal a un nieto al que no pueden ver de otro modo…? Una familia partida en el quicio de cada fin de semana…, quien sabe, qué más da. Ellos dejan pasar el tiempo sin prestar atención al tráfico que pasa junto a ellos. Es como si hubieran convertido la calle en su cuarto de estar, ajenos a todo. Mirando complacidos al niño que juega.
...Y seguiré persiguiendo imágenes de gente, de pájaros y un poco de verdad. Texto :Felipe Gutiérrez. 2.014.